Por : Aiztli
15/07/10
Hay que permitirse ocasionalmente enfocar las formas literarias desde el punto de vista del periodismo. Convencida estoy que el periodismo está sumamente enlazado a los orígenes de la literatura de nuestros tiempos. Se ha convertido en una opción de escritura con visión crítica, de registro muchas veces cronológico de infinidad de acontecimientos, apartándose en ocasiones del objetivismo, permeando en lo subjetivo. Inventivo, vaya, pero cuidar de no abusar de la memoria de las masas. Para ejercerlos se utilizan los mismos músculos y la misma materia prima, que son las letras del alfabeto y la gramática. También se necesita de una mesa y un teclado, aunque aquí empiezan las diferencias ya que muchos autores literarios prefieren escribir a mano, al menos alguna parte del proceso. Y no es nada nuevo, los primeros en nuestro Nuevo Mundo los cronistas de Indias; escritos de esta especie con Montaige, quien en el principio de sus ensayos apunta... "la escritura del yo es la del testigo, la del observador directo, la del que dice, "sin contención ni artificio", esto es, sin autocensurarse y sin dorar la píldora: yo estuve en tal parte y vi tales y cuales cosas con mis propios ojos, cosas que me inspiraron tales y cuales reflexiones". Y como un dato más, el primero en nuestro idioma Baltasar Gracián.
La idea de que el periodismo sea una profesión controlada, sometida en su ejercicio a reglamentos y a títulos, como es la medicina, la psiquiatría, la odontología, es un traspié grave, y es un error en el que ha incurrido la ley de prensa. Haciendo un ejercicio de semántica con lo anterior, puedo decir que un médico sin estudios no pasa de ser un curandero. Un psicólogo sin suficiente preparación y que abre una consulta es un sujeto peligroso, capaz de causar estragos entre sus pacientes. Supongo que Hipócrates, heredero de una ciencia rudimentaria, que no se distanciaba todavía de la magia, carecía de título, pero después de él apareció la figura del médico profesional en la historia de Occidente. La medicina se convirtió en una ciencia y una técnica bien acotadas. El periodismo, por el contrario, está mucho más cerca del arte, es una de las formas de la expresión literaria. Y es una forma moderna estrechamente conectada con los orígenes de la modernidad, vale decir, con el espíritu crítico y con la consagración de las libertades individuales. Se puede estudiar, por consiguiente, para ejercer mejor el periodismo, pero no se puede limitar su libre ejercicio con el pretexto de los estudios. Hacerlo es tan disparatado como obligar a los novelistas o a los poetas a pasar por talleres literarios. Los talleres, por lo demás, son lugares de práctica, no de formación académica. Mejor dicho, son lugares donde la formación se obtiene a través de la práctica y del enfrentamiento con los lectores.
No sólo veo una relación evidente entre el periodismo y la modernidad literaria y también política. El periodismo de las ideas y de la sensibilidad, que escapa por definición a todo control académico y reglamentario, es uno de los orígenes sólidos de nuestra literatura de hoy.
La inserción del periodismo en la corriente central de la creación literaria es un fenómeno que se ha dado en todas las literaturas modernas: en la inglesa, la rusa, la francesa, la italiana. Balzac, que era un nostálgico del viejo orden, hizo una sátira terrible del periodismo en el ciclo novelesco de Las ilusiones perdidas, pero hablaba sin duda de los abusos de la prensa, de las deformaciones de la profesión, que ya se presentaban con rasgos bastante semejantes a los de hoy. Pero él escribió en las revistas y periódicos de su tiempo, así como Baudelaire, Guy de Maupassant, Emile Zola y tantos otros. Jean Paul Sartre, Albert Camus, Ernest Hemingway, George Orwell fueron escritores periodistas en tiempos muy recientes.
Ahora bien, aunque a menudo lo olvidemos, esa vertiente de la escritura periodística y testimonial es más fuerte, más decisiva, en el mundo nuestro.
La relación de los escritores latinoamericanos actuales -Vargas Llosa, García Márquez, Bryce Echeñique, Cabrera Infante, Severo Sarduy, Cristina Peri Rossi- con el periodismo literario merece un estudio detenido. Es un punto de encuentro con la literatura contemporánea de España. Son escrituras que confluyen en espacios periodísticos de Madrid, Barcelona, Buenos Aires, Bogotá y por su puesto, México.
Increíble es que literatos y ensayistas -por fortuna cada vez menos- no le quieren conceder al periodismo el rango de literatura. Una vieja discusión, considera que el periodismo no cumple los requisitos que podrían ubicarlo al lado de la literatura. León Trozky, ciertamente sin muchos méritos de autor literario, intentó desacreditar al periodismo llamándole de manera clasista «musa plebeya». Renato Leduc, también denigró al oficio periodístico: “Yo no sabría si calificar o clasificar al periodismo escrito como seudo literatura o como sub-literatura, pero en todo caso no me atrevo a calificarlo de literatura”. En esa misma sintonía, Salvador Novo, alguna vez dijo: “no se puede alternar el santo ministerio de la maternidad que es la literatura con el ejercicio de la prostitución que es el periodismo”. Su incistente descalificación del periodismo como forma literaria, lo pronuncia con declaraciones tremendistas: “después de permanecer cuatro o cinco horas diaria frente a la máquina tecleando idioteces para ganarse el pan cotidiano, ya no le queda a uno humor ni para escribirle recaditos a la mujer amada”.
El periodista y el escritor se integran en una sola personalidad, definiendo al periodista como un escritor que trabaja en caliente, que sigue, que rastrea el acontecimiento día a día sobre lo vivo. El novelista, para simplificar la dicotomía, es un hombre que trabaja retrospectivamente, contemplando, analizando el acontecimiento, cuando su trayectoria ha llegado a su término. El periodista, digo, trabaja en caliente, trabaja sobre la materia activa y cotidiana. El novelista la contempla en la distancia con la necesaria perspectiva como un acontecer cumplido y terminado.
Muchos grandes escritores, sobre todo anglosajones, convirtieron el periodismo en género literario. Tom Wolfe, Truman Capote, Graham Greene o Hemingway dejaban poco diferencia entre uno y otro, y la fuerza de su estilo estaba presente en ambos. Del lado de nuestro idioma están García Márquez, Vargas Llosa, Juan Goytisolo o Carlos Fuentes, y un gran antecesor, Leopoldo Alas, Clarín.
Con mi poca o nula experiencia aprendida en las entrañables clases de taller de lectura y redacción y últimamente con la oportunidad brindada por un buen amigo, por supuesto, literato... escritor... periodista, ¡qué se yo!, pude darme cuenta que el periodismo enseña muchas cosas al escritor. Le enseña, por ejemplo, a tener disciplina de trabajo y a imponerse fechas para terminar sus textos, porque el periodismo es la escritura al son del tictac del reloj. Se debe entregar antes del cierre y esto tensiona los músculos y obliga a la claridad. También enseña a escribir en cualquier parte y en condiciones incluso extremas. El periodismo, en suma, le da armas al escritor para afinar su labor; sobre todo al escritor de novelas, que es a mi entender, la clase obrera de la literatura, el que debe escribir hasta el final de la página, y una después de otra. Por eso conviene disciplina y método. Tan diferente de la poesía, que es la aristocracia, donde se escribe sólo hasta la mitad de la página.
Una buena crónica y un texto literario tienen muchas cosas en común. Se debe ser persuasivo e implacable en ambos, desde la primera línea. Y deben ser creíbles, aun si en literatura la credibilidad la inventa el propio texto mientras que en la crónica los hechos tienen que haber ocurrido antes. Hay literatura basada en la realidad, claro, y crónicas periodísticas que son pura ficción. La diferencia es que al escritor se le resalta en portada como un reclamo publicitario (¡Basado en un hecho real!), mientras que al periodista inspirado por las musas, si lo descubren, lo más probable es que lo echen a la calle.